Ensalada de canónigos y queso fresco

Una de las cosas que más me gustan de las ensaladas es que admiten casi cualquier cosa y que, quizá por eso, son un recurso la mar de apañao cuando tienes cosillas en la nevera pero nada planeado para comer y poco tiempo para hacer algo. La imaginación al poder: empiezas a mezclar (con cierto sentido común, claro) cosas en una ensalada y ala, listo. Eso me pasó anoche: llegué a casa tarde y cansada después de estar tooodo el día fuera currando, y tras haber mal-comido un par de tapas por salir del paso. Con más hambre que un perro chico, pero sin ganas ni cuerpo para ponerme a enredar, abrí la nevera y me encontré con media bolsa de canónigos (que no iban a durar los pobres más de un día o dos), un queso fresco comprado hace un par de semanas con la mejor de las intenciones pero sin abrir y a puntito de caducar, medio paquete de fiambre de pechuga de pollo que también amenazaba con decir hasta luego en un día o dos, y varios tomates cherry a punto de empezar a encoger y arrugarse. Como dice mi amiga Reyes, solución-solucionera: todo eso acabó troceado en un bol, aderezado con aceite de oliva virgen, vinagre (en esta ocasión he usado una reducción de balsámico de Módena) y sal. Ya os digo que el cansancio y el hambre me podían, y estaba dispuesta a engullirla de todas maneras, pero es que no sabéis lo buena que ha quedado esta ensalada, menudo descubrimiento. En mitad de la cena se me ocurrió que, la próxima vez (porque desde luego pienso repetirla), le voy a picar unas nueces a ver qué pasa.